martes, 4 de enero de 2011

Los dedos se me ponen morados

Hasta los de los píes.
Hace tanto frío que ya no dicen nada.
No se si quererla o matarla. Ellos, con mucha frecuencia, me dicen que la mate, al final voy a acabar haciendolo.

Siempre termino con los ojos desencajados, no paro de buscarla. Al llegar a casa me duele la cabeza y no se si es de noche o de día. En el momento en que la encuentre, allí mismo, la mataré, con mis propias manos.

Tengo armas, sexo en mi piel y ganas de ella.

Ni los pelos de mi brazo se creen que salga a la calle solo para bajar y subir cuatro o cinco veces aquella calle. Y lo peor es que ella vive en el quinto coño y eso no está cerca de esa calle.

Debo asustar a todos, los miro mal, porque no son tú.
Quiero joderme a esa puta canción que no paro de escuchar, es penoso que en dos días sea la más escuchada de mi reproductor y al lado de su título salga esa maldita estrella de favorita, y sí, también me aparece una o diecisiete veces en aleatorio.

Jodida guitarra, le he roto una cuerda o tres, no hacía más que acabar tocando los acordes de la canción.

Quiero matarla como mato a una reina y comermela como degusto con el caballo en L. Me pongo a cuadros, como un tablero de ajedrez. Pronto será navidad y yo solo quiero que me regalen un juego al que no se jugar.

Yo y tú.
Tú y yo.

Todas las personas a las que les salga por encima de la cabeza un trozo de guitarra enfundada están en jaque-mate.

La voy a matar y nadie me lo va a impedir.


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