domingo, 8 de agosto de 2010

El corazón perece de una muerte lenta. Se desprende de cada esperanza como si fueran hojas, hasta que no queda nada.


Seguramente habría pasado de largo...¡y cuánto más fácil habría sido para mí!

No me habría dedicado a pensar en él todas las noches.
No me habría parado en las perfumerías a oler el aroma del talco sól
o para recordar el de su piel.
N
o me habría esforzado en imaginarme su presencia a mi lado en cualquier lugar ficticio.

Si me hubieran preguntado por qué hacía todo aquello hubiera respondido: ¿por qué huele a humo la madera cuando arde?

Todas aquellas conversaciones intransigentes habían llenado el día a día de mi vida.


Decidí entonces: cada vez que se me viniera a la cabeza, lo echaría fuera, una y otra vez, hasta desterrarlo de mis pensamientos. Seguro que no habría sido un mal sistema para olvidar, si hubiera logrado que funciornára. Pues cuando aparecía en mis pensamientos, no era capaz de cazarlo y echarlo fuera, sino que, muy al contrario, se me escapaba, llevándome a mí hasta el mismo lugar del que lo había desterrado.


Memorias de una geisha, Arthur Golden.

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